Por Faba Rodea
“Johanna Van Gogh-Bonger fue la llave maestra que abrió la puerta al corazón y la mente del genio…”
Vincent Van Gogh es uno de los artistas más famosos de la historia del arte, pero pocos conocen la historia de la mujer que estuvo a su lado durante gran parte de su vida y carrera. Su nombre era Johanna, y ella jugó un papel crucial en la vida y obra de Vincent.

Johanna van Gogh-Bonger (1862-1925) fue una de las mujeres más influyentes en el mundo del arte a finales del siglo XIX y principios del XX. Es conocida por su trabajo como traductora, galerista y por ser la esposa de Theo Van Gogh, hermano de Vincent Van Gogh el quien gracias al trabajo y perseverancia de Jo (como era llamada) es reconocido como uno de los mejores pintores del mundo.

Johanna se casó con Theo van Gogh en 1889 y se mudó a París para vivir con él. Theo trabajaba como marchante de arte y estaba muy interesado en el trabajo de su hermano Vincent, quien todavía no era famoso en ese momento. Johanna también se interesó en el arte y comenzó a trabajar con su esposo en la galería Goupil & Cie, donde se exhibían obras de artistas como Edgar Degas, Claude Monet y Camille Pissarro. En muchas ocasiones se veía rodeada por la compañía de Gauguin, Pissarro o Toulouse-Lautrec. Como apunta en su diario, Jo amaba ese mundo de creatividad, exotismo y vanguardia, consciente de estar presenciando un cambio de tendencia, y describiendo esa temporada como la más feliz de su vida.
Tras la muerte de Vincent en 1890, Theo cayó en una profunda depresión y murió apenas seis meses después de su hermano dejando a Johanna viuda y con un hijo, Vincent Willem. Theo deja un departamento en Paris con pinturas de Monticelli, algún Gaugin y aproximadamente 200 obras de Vincent, entre dibujos y pinturas. Aunado a esto, dejó también un gran número de cartas que se enviaron durante su vida entre él y su hermano Vincent.
Ante la pérdida de Theo, Johanna Van Gogh decidió retornar a su lugar de origen con el propósito de abrir una casa de huéspedes que le permitiera obtener ingresos económicos. En las paredes de la posada, se podían apreciar los cuadros de su cuñado, Vincent Van Gogh.
Johanna se dedicó por años a leer la correspondencia entre Theo y Vincent, comprendiendo más a fondo el sentir del pintor y lo que le motivaba a pintar de la forma como lo hacía. Años más tarde publicó la correspondencia estableciendo así el valor artístico y emocional de la obra de su cuñado.
La publicación tuvo una gran acogida y sirvió como una plataforma para la creciente popularidad de Vincent como artista.
Con una dedicación inquebrantable, pasó años estudiando y recolectando su obra, organizando exposiciones y escribiendo sobre su vida y su trabajo.
Después de mucha crítica a la obra del pintor y momentos difíciles entre rechazos y burlas, Johanna por fin logra conseguir la primera exposición del artista en 1892 y es así como consigue que poco a poco varias galerías se fueron interesando en su obra.
Con un carácter determinado y fortaleza ante la adversidad no sólo se encargó de promover las obras de Vincent, sino que también las protegió. Prestaba todos los cuadros para muestras y nunca los ponía todos a la venta, aunque los galeristas insistieran.
De esta manera, muchos cuadros acabaron pronto en grandes museos y fueron admirados por el público general. Además, Johanna solía situar cuadros menores al lado de obras más consolidadas porque sabía que los compradores se animaban al ver los grandes cuadros.
También ayudó a formar una importante colección de arte del siglo XIX en el Museo Otterlo al venderle por primera vez a la coleccionista Helene Kröller-Müller, una cantidad importante de pinturas que hoy permanecen expuestas.
Falleció en 1925 y hasta el día de su muerte seguía trabajando en la promotoría de la obra del artista así como en la traducción de propia mano de las cartas al inglés.
Johanna Van Gogh-Bonger fue la llave maestra que abrió la puerta al corazón y la mente del genio, desentrañando su complejidad y permitiendo que su legado trascienda el tiempo y el espacio. Sin su esfuerzo y dedicación incansable, la obra de Vincent se hubiera perdido en la inmensidad del universo artístico, ignorada por el mundo y condenada al olvido. Ella es sin duda, la custodia del arte, la protectora de los sueños, la guardiana de la magia, nos legó un tesoro invaluable que nos invita a soñar dentro de esas pinceladas plastosas llenas de color y melancolía.
Nos enseñó que detrás de cada obra de arte hay una historia, un alma y una pasión, y que su valor va más allá de las críticas.
Hoy, como ayer, Johanna sigue siendo la luz que ilumina el camino de Vincent, la voz que habla por él y la musa que inspira a los artistas del futuro. Su legado perdura, su espíritu vive y su amor por el arte nos acompaña por siempre.