Los Tambores de Dong Son

En 1924, en las proximidades del Río Ma (actual provincia de Thanh Hoa) , donde antiguamente se asentaron las villas Dong Son, una gran inundación removió tanto la tierra que dejó al descubierto una enorme colección de objetos de bronce. Estos objetos fueron rápidamente vendidos a los franceses quienes en aquél momento se encargaban de recolectar impuestos en la zona. Fue entonces cuando Louis Pajot fue designado como encargado de la excavación donde se encontraron más de 500 tambores de cobre que datan del 900 D.C. 

La maestría del manejo del bronce en cada tambor impresiona no solo por la metalurgia en sí, sino porque nos cuentan cómo era la vida misma en aquellos días, ya sea a través de búfalos de agua trabajando o guerreros con las más preciosas armaduras luchando ante un sol naciente.  

A continuación, un cuento inspirado en los Tambores de Dong Son.

El Búfalo de Agua y el Sol

Al suroeste del Río Ma, Vietnam.

900 D.C.

Entonces, Padre, ¿tengo su bendición? Para Kien, la voz tambaleante no parecía encajar con el compás abierto de su único hijo, de porte firme, con hombros más que tensos pero con un destello de humildad hacia su vieja presencia. Nuoc, el primer nacido varón, se encontraba a las espaldas de su padre, dentro del pórtico de palma seca que apenas podía mantener las gotas lejos de ambos. Después de escuchar la pregunta, Kien guardó silencio con una taza de porcelana caliente en su mano, gozoso de que la ansiedad consumiera al hijo por dentro y de paso, que el té se enfriara. ¿Padre? Preguntó una vez más el hijo, sorprendido por un súbito traqueteo de grandes y verdes bambús. Como si fueran espigados profetas de aquella conversación, el bambú se resistía a ceder a las ráfagas de viento inclemente, como el padre ante su hijo. Ya te he dicho mil veces que no tienes edad aún. Si el rey quiere pelear, que lo haga con sus hombres y sus… ¡Pero no soy un simple Yue como tú! Le interrumpió Nuoc. Estoy dispuesto a luchar por mi familia. Si no vuelvo, ¡será un orgullo que fundan el tambor en mi honor!. La lluvia reaccionó ante el ímpetu del jóven, empujando agua con furia hacia la parte seca de la choza, salpicando hasta las brasas donde se había hervido el té. Kien guardó silencio, otra vez, poniendo a prueba el temple de su hijo, dando pequeños sorbos a la bebida que parecía traerle calma y serenidad ante la tormenta. Hablas de honor, pero te atreves a llamarme Yue, como aquellos, los del otro lado de la montaña. Anda, carga al carabao con el sable y ese maldito tambor. Pelea por el rey. Pelea por no ser un “Yue” como yo. 

Habían pasado 3 meses desde la discusión, pero Kien la había estado repasando en su cabeza, pensando mil y un maneras para que su hijo no hubiera partido. Aquella mañana parecía ser como cualquier otra. La lluvia caía inclemente contra el hogar de los dos ancianos pero el trigo no podía esperar a ser recogido. Antes de empezar su día, Kien se dispuso a mover las brasas del té cuando un tintineo llamó su atención. Un tintineo que no había escuchado desde que él había servido al rey, antes de huir entre los deltas del Ma. Un tintineo que era temido entre las familias de jóvenes varones. Al salir al pórtico, el brillo del cobre relució inclusive entre el cielo gris. Ahí, frente a él, un búfalo de agua y un sol recién fundidos brillaban sobre la tapa de cobre de su viejo tambor. Un tambor que se mantendría en silencio hasta 1924.

Escrito por: Gabo Espinoza

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