Crónica: Andinos son los ecos de Bogotá

Advertencia al lector: recomiendo ampliamente escuchar Sound of the Andes de Ecuador Manta.

Bogotá, Colombia. 

29 de Agosto de 2023.

¡Upa! ¿Notaste el cambio de temperatura? ¡Oye, es cierto! Se siente más frío que en el norte. Eso es porque estamos junto a la montaña. Este de atrás es Monserrate, así que el aire viaja y choca con la roca, regresando hacia donde estamos ubicados.

La explicación de Resser, oriundo de lo alto de la montaña, en Pitalito, Huila, tenía sentido. El hablado bacano y contundente de este rolo no dió paso a que mis dudas terminaran de cuajar. Ciertamente estaba charlando con alguien orgulloso del territorio andino. Las torres ubicadas en la nueva Ciudad Universitaria, en el centro de Bogotá se alzaban engreídas (cuál adolescente) reclamando atención ante una imponente vieja montaña que no parece dar descanso a la ciudad. Claramente, la sociedad colombiana ha resurgido, eliminando poco a poco prejuicios de moda (como el narco y la droga) a aquellos que no temen navegarla, incitando una vez más a aventar el oro al lago, despojándose de falsas riquezas, enfocados en mejorar el tejido social del valle, dando paso al arte callejero y promoviendo que los jóvenes sean quienes tomen el control de la ciudad. Esto ha sido posible dando paso a la innovación y la tecnología sin aflojar las ataduras de los pilares ancestrales.  

Apenado y con dificultad, el sol se asomaba entre nubes caprichosas cargadas de un agua dulce, con agua lustre recién extraída del eje oriental, en espera de las 5, la salida de los obreros, para vaciar tremenda bendición sobre los antiguos campos muiscas. El viento escoltaba dichas nubes como queriendo aparearse con ellas, como ave en primavera, cuando de pronto, entre ráfagas danzantes me pareció escuchar un moseño recién tallado, recién afilado. 

Era mi tercer día en la capital colombiana cuando comencé a relacionar los sonidos de la montaña con la música andina. ¡Ah, la revelación! Música alusiva al suelo y a los misterios que este contiene. Fuera del hipnotizante temblor del reggaetón, mezclado entre ruidos urbanos típicos de una capital, la montaña fue develando sus secretos pero sin pretensión, secretos bien guardados entre el espesor de los encinos y la hojarasca descompuesta sobre lo que algún día había sido la Gran República de Colombia y para la mayoría, la promesa de un territorio lleno de riquezas. ¡Ah, el oro arrojado al agua! Colombia, el gigante modesto. ¡El despojo de riquezas en su máxima expresión!

Después de un recorrido por el Eje Ambiental y tras calentar el paladar con unas arepaehuevo, caminamos hacia la antigua casa del libertador Bolívar. Si no fue para los conquistadores, definitivamente lo fue para mí pero la altura de aquellos cerros jugó en mi contra, obligándome a ser consciente de mis pisadas y a trabajar las inexistentes pantorrillas escuchando reír a la roca, quien se regocijó con el ritmo de las pisadas cual guiro. Pronto me di cuenta que el cascabeleo de los pies y las copas de enormes árboles, que aún se rigen por no otra cosa que el tiempo, fueron el compás perfecto que dieron paso a otros instrumentos como la flauta andina y la tarka, las cuales eran usadas para alabar a las nubes por los indígenas del actual Bolivia. 

Entre una orquesta liderada por viento y madera tallada, recorrimos la Quinta de Bolívar, lugar donde Simón, pero no el gran varón, pasó sus últimos días antes de ser trasladado a Santa Marta, donde fallecería.

Al final del recorrido, los colibríes acaparaban toda flor que se dejara cortejar mientras la zombaya resonaba inquieta entre muros antiguos y colinas agrietadas. La vegetación, molesta con tanto barullo, aguardaba calma y serena viviendo en la eterna sombra de aquellas viejas y obesas cortezas, esperando estar a solas para crecer sobre la montaña y el valle plano frente a ella. 

En los siguientes días, constaté los ruidos ocultos y sinceros de la montaña visitando La Catedral de Sal en Zipaquirá y el gran valle desértico de Villa de Leyva, esperando encontrar más revelaciones que me permitieran disfrutar el viaje por la sierra andina. Si he de ejercer una licencia poética, entonces he de reciclar y reconfigurar un antiguo apodo; 

¡Colombia, el modesto gigante dormido!

2 comentarios en “Crónica: Andinos son los ecos de Bogotá

  1. Disfruté mucho este relato, gracias!

    1. Gracias por leernos Mickey! los sonidos de un país hablan mucho del contexto sociopolítico que atraviesa. Algo adicional que me pareció increíble es que evitan la contaminación acústica, dándo más espacio al sonido del viento y las aves.

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